fbpx

Etimológicamente, procrastinar deriva del verbo en latín procrastināre, postergar hasta mañana. Sin embargo, es algo más profundo que dejar para más adelante una cosa de forma voluntaria. El término también deriva de la palabra griega akrasia que significa hacer algo en contra de nuestro mejor juicio.

Y es que, como dice Piers Steel, profesor de psicología motivacional y autor del libro The Procrastination Equation: How to Stop Putting Things Off and Start Getting Stuff Done,  al procrastinar “nos estamos haciendo daño a nosotros mismos, nos estamos perjudicando”.

Procrastinar de forma asidua puede tener consecuencias negativas, tanto en nuestra productividad y eficiencia como a nivel de salud física y mental: estrés, angustia, bajo nivel de satisfacción con nuestro trabajo o nuestra vida, ansiedad, niveles bajos de autoestima, sentimiento de culpa…

Y  todo esto lo sabemos, sabemos que procrastinar nos hace sentir mal y aún así lo hacemos. En este artículo vamos a tratar de aportar un poco de luz sobre por qué insistimos en un comportamiento que sabemos que nos perjudica y por qué es tan complicado dejar de hacerlo.

¿Por qué procrastinamos? Nuestra amígdala tiene la culpa

En contra de lo que pudiera parecer en una aproximación inicial, la procrastinación no está relacionada con nuestro carácter ni con nuestra habilidad para gestionar el tiempo sino que está relacionada con la forma en la que gestionamos las emociones.

En una investigación publicada en la revista Psychological Science se concluye que las personas con tendencia a la procrastinación tienen una amígdala más grande que el resto.

Además, la conexión entre sus amígdalas y la corteza cingulada anterior  de sus cerebros es menos pronunciada. La función principal de la amígdala es evaluar diferentes situaciones y advertirnos sobre las posibles consecuencias negativas de cada acción. La corteza cingulada anterior utiliza esta información para seleccionar qué acciones se van a poner en práctica.

Esta conexión deficiente hace que, en cierta manera, las emociones negativas que nos despierta una determinada tarea nos sobrepasen y bloquen nuestra capacidad para iniciar la acción.

Hay tareas que de por sí son poco agradables o tediosas como limpiar el baño o realizar un informe sobre un tema que no dominamos demasiado. Sin embargo hay otras que despiertan en nosotros sentimientos más “peligrosos” o profundos como el miedo al fracaso o a no saber digerir el éxito y que pueden estar enmascarando problemas como una baja autoestima o problemas de ansiedad. En cualquier caso las tareas pueden despertar en nosotros sentimientos o emociones negativas como aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento… y son estas emociones negativas las que no somos capaces de procesar correctamente y nos hacen procrastinar. Aunque sepamos que en algún momento nos tendremos que enfrentar a esa tarea, que no va a desaparecer, y que esas emociones seguirán ahí y que a ellas probablemente se sumarán las prisas, el estrés, la presión o la culpa.

El conductismo y el  sesgo del presente

Ahora que sabemos por qué nuestros cerebros nos llevan a procrastinar, vamos a analizar dos variables de este comportamiento que lo convierten en algo difícil de erradicar, incluso que lo convierten en algo adictivo.

Aplazar una tarea que nos despierta emociones negativas y sustituirla por otra más placentera nos proporciona un alivio temporal, un pequeño chute de dopamina. Es como una pequeña recompensa. La dopamina, por su parte, tiene la capacidad de modificar las neuronas de nuestro cerebro y hace que sea más probable que repitamos las acciones que la generan. Conductismo en estado puro. Es por este motivo por el que la procrastinación se puede convertir en algo adictivo.  Decirle a un procrastinador crónico que ‘simplemente lo haga’ es como decirle a una persona deprimida ‘alégrate’.

Por otro lado, el cerebro humano tiende a dar prioridad a las necesidades a corto plazo en detrimento de las necesidades a largo plazo. Esto se lo debemos a nuestro cerebro primitivo que es el que nos ha permitido sobrevivir a lo largo de la evolución. Cuando nos enfrentamos con una tarea que nos hace sentir ansiosos o inseguros, la amígdala percibe esa tarea como una amenaza genuina, en este caso a nuestra autoestima o nuestro bienestar. Incluso si de forma racional somos capaces de concluir que retrasar la tarea solo nos traerá problemas en un futuro, nuestros cerebros están todavía conectados para preocuparnos más por eliminar la amenaza en el presente.

Los diferentes tipos de procrastinador y cómo pueden dejar de procrastinar

La doctora en psicología clínica Ellen Hendriksen ha clasificado a los procrastinadores habituales en tres grupos, lo que facilita entender mejor las razones de su comportamiento y encontrar estrategias adecuadas para que salgan de su particular círculo vicioso de la procrastinación.

Los que evitan

Algunas personas procrastinan para evitar las consecuencias negativas de sus acciones, como la sensación de ansiedad, aburrimiento, agobio o tristeza. Los bloqueos emocionales, como el miedo al fracaso, un perfeccionismo excesivo o baja autoconfianza suelen ser en este caso los problemas subyacentes que provocan la procrastinación. A estos problemas de base, se le suman mecanismos mentales complejos como el efecto Zeigarnik que nos lleva, sin desearlo, a recordar las tareas inacabadas o que se han visto interrumpidas por cualquier motivo con mayor facilidad que las que han sido completadas y llevadas a cabo con éxito y en plazo.

Este tipo de procrastinadores son los más complejos, por todo lo que hemos visto anteriormente, y los más difíciles de reconducir. En este caso debemos analizar cuál es el problema de base y actuar en consecuencia. Por ejemplo, si el problema es que la tarea nos da miedo porque no nos sentimos capaces de hacerla, la solución sería buscar ayuda, apoyos o  una formación que nos capacite para realizarla mejor. Si el problema es el exceso de perfeccionismo o nuestro miedo al ridículo pues deberemos trabajar en ello, aprender a relativizar o ganar autoconfianza y perder el miedo escénico, por ejemplo, apuntándonos a un grupo de teatro. Es decir, deberemos realizar intervenciones centradas en los recursos y fortalezas de los individuos.

Los que buscan placer

Estamos programados biológicamente para buscar sensaciones placenteras y evitar el dolor. Cuando esto se lleva al trabajo, puede ser una de las causas de la procrastinación. Hay empleados que no hacen lo que deben hasta que realmente tienen ganas de hacerlo. En este caso, no se trata tanto de evitar una tarea concreta sino de querer elegir deliberadamente algo que les gusta más.

Las soluciones en este caso, deben ir más encaminadas a buscar la motivación correcta, el motivo por el cuál es necesario realizar una tarea. Es decir, cuál es el propósito de la misma y cómo esto puede beneficiarnos. Cuanto más alineados estén nuestros propósitos vitales y profesionales con la tarea a desarrollar más fácil nos resultará llevarla a cabo. También podemos darnos un pequeño capricho cuando logremos finalizar una tarea que nos resultaba pesada. Es decir, en este caso, podemos recurrir también al conductismo.

Los optimistas

Son víctimas de la llamada falacia de planificación, que está relacionada con las predicciones sobre cuánto tiempo se necesitará para completar una tarea futura. Los humanos son demasiado optimistas cuando calculan el tiempo que les llevará completar una tarea concreta. Es el mismo motivo por el cuál las personas más optimistas son las más proclives a llegar tarde. En este último caso, sí que estaríamos hablando de la procrastinación como un problema de gestión del tiempo más que de control de las emociones.

Es para este último tipo de procrastinadores para los que existen más consejos y tips que les ayudarán a procrastinar con menos frecuencia y a planificarse mejor. Algunos podrían ser:

  • Realizar una lista de tareas y dividirla en tareas más pequeñas y específicas que son más fáciles de realizar (y, por tanto, tachar de la lista).
  • Tratar de reducir las interrupciones al máximo. En este artículo de nuestro blog te hablamos de cuáles son los principales ladrones de tiempo que nos acechan y cómo mantenerlos a raya.
  • Establece fechas límite para cada tarea y planifica tu jornada de trabajo. Por ejemplo, una hora de trabajo seguida de 10 minutos de descanso, vuelta a otra tarea compleja por 30 minutos, 5 minutos de descanso y 30 minutos de otra tarea menos exigente.

 Un consejo final y un vídeo

Como consejo válido para todos los tipos de procrastinadores podemos citar la práctica del mindfulness. Aprender a centrarnos en el momento presente y practicar la atención plena nos ayudará a concentrarnos y rendir más, además seremos más conscientes de las emociones negativas/pensamientos que nos llegan y practicaremos cómo bloquearlos, lo que hará que nuestra amígdala se contraiga y esté mejor preparada para afrontar tareas consideradas como una amenaza puesto que seremos capaces de racionalizarlas mejor.

Y para ponerle el punto y final a este artículo con un toque de humor, os dejamos con un vídeo del TED  protagonizado por Ted Urban y titulado “ En la mente de un maestro procrastinador“ , que tiene ya unos añitos pero que ilustra a la perfección algunas de las cosas que hemos hablado a lo largo del artículo como la búsqueda de la satisfacción inmediata o los efectos de la dopamina.

Escribe aquí tu comentario