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Primero vamos a definir qué es el Síndrome de Atlas y, para ello, vamos a recordar la historia del titán de la mitología griega que osó enfrentarse a Zeus, el dios de los dioses. Como castigo a su osadía, Atlas fue desterrado y condenado a soportar sobre sus espaldas la bóveda celeste, es decir, a sostener sobre sus hombros el peso del mundo para que la tierra y el cielo no se juntasen. ¿Puedes imaginar tamaña responsabilidad? ¿El esfuerzo que requiere? ¿El cansancio y el hastío?

Pues estos mismos sentimientos son los que tienen aquellos profesionales aquejados del Síndrome de Atlas o “el yo puedo con todo”. Y este síndrome generalmente lo que esconde es el miedo a delegar.

El miedo a delegar, tan común como limitante

Probablemente delegar sea una de las cosas más importantes que tenemos que hacer en nuestra vida profesional y que más nos cuesta hacer. Es tan importante porque solo si aprendemos a delegar podremos enfocarnos en aquello en lo que realmente somos buenos y podemos marcar la diferencia, y as ser posible también, en aquellas tareas que más nos aportan y nos satisfacen. Redundando en nuestro éxito profesional, en nuestra felicidad y en nuestra salud.

En clave empresarial, las consecuencias de tener directivos, mandos intermedios e incluso compañeros de departamento que no saben delegar ni trabajar en equipo, pueden ser nefastas para las organizaciones afectando a la productividad y la celeridad a la hora de realizar cambios o tomar decisiones.

¿Por qué tenemos tanto miedo a delegar?

Los motivos por los que, en general, tenemos tanto miedo a delegar, son variados. Los más comunes son:

  • Miedo a perder el control.
  • Exceso de perfeccionismo. Siempre tendemos a creer que nadie va a ser capaz de hacer las cosas tan bien (o con tanto cuidado, mimo y detalle) como lo hacemos nosotros. Y esto puede conllevar evidentemente a una pérdida de clientes, de ventas o de confianza por parte de nuestro público objetivo.
  • Nadie lo va a hacer como yo. Muy parecida a la anterior, pero con matices. Cada uno tenemos una forma de hacer las cosas. Es nuestro sello. Nuestra impronta. Y nos cuesta perderla. Sin embargo que no se hagan las cosas a tu manera, no significa que estén mal hechas.
  • No tengo tiempo de formar a nadie. La pescadilla que se muerde la cola. Si no dedicamos un poco de nuestro tiempo a formar a nuestro equipo o colaboradores en aquellas tareas en las que somos prescindibles, cada vez tendremos más trabajo y, por tanto, menos tiempo.
  • El síndrome del impostor. Sobre todo los emprendedores y directivos de empresas pequeñas tienen tendencia a creer que si no lo hacen ellos mismos están “defraudando” a sus seguidores. Por ejemplo, si delegan la gestión de sus redes sociales personales.
  • Miedo al cambio o a “no tener razón”. Otro miedo a la hora de delegar, quizá menos consciente y más irracional, es el temor a que se demuestre que somos prescindibles en ciertas tareas o que las cosas pueden hacerse de forma distinta a la que nosotros lo haríamos y salir bien. Es decir, miedo a hacer las cosas de forma distinta.

Todos estos miedos hacen que pensemos cosas como: “pierdo más tiempo explicándolo que haciéndolo”, “solo yo se hacerlo”, “es una tarea muy sencilla, no me merece la pena pagar por ella”, “si no estoy yo, esto no funcionará”… Pensamientos que nos bloquean y nos llevan al inmovilismo.

¿Cómo empezar a delegar? Algunos consejos y un error a evitar

  • Lo primero que deberemos hacer es un listado con todas las tareas y responsabilidades que tenemos en nuestro trabajo diario. Y analizarlas. ¿Cuáles necesitan si o si de nuestra implicación directa? ¿Cuáles realmente por conocimientos, experiencia o falta de tiempo sería mejor (o igual de bueno) que realizasen otras personas?.
  • El autoconocimiento. Muy relacionado con el punto anterior. Saber cuáles son nuestras fortalezas, debilidades y límites es fundamental para asumir/delegar las tareas apropiadas.
  • El equipo. Saber rodearse de un buen equipo es clave. Una estrategia óptima de recursos humanos. Acercarse a los colaboradores o partners adecuados. Saber escoger los proveedores de forma diligente. Todo esto hará que la tarea de delegar sea más sencilla. Conocer al equipo, no solo sus habilidades y conocimientos, sino también sus motivaciones, sus flujos y cargas de trabajo… es importante.
  • Lo ideal es que vayamos delegando poco a poco pequeñas tareas que no sean demasiado relevantes para ir quitándonos el miedo. Si además estas tareas nos resultan especialmente tediosas o molestas pronto le cogeremos el punto a delegar y soltar lastre.
  • Seguimiento. Motivación. Lo ideal cuando se delegan ciertas tareas, al menos al principio, es que se hagan reuniones de seguimiento, que se establezcan plazos y objetivos y que éstos se vayan evaluando y ajustando. Es importante también ofrecer ayuda a la persona en la que hemos delegado algunas de nuestras tareas, así como motivarle y felicitarle si sus resultados son buenos. A todos nos cuesta asumir nuevos retos y tareas y si un profesional se siente arropado y no examinado rendirá mejor.
  • Adquirir el hábito de documentar todos nuestros sistemas y procesos puede facilitarnos enormemente la tarea de delegar puesto que el tiempo que habrá que invertir en formar a la persona que vaya a desempeñar la nueva labor será mínimo.

Al hilo de este último punto, hay que matizar que cuando delegamos se trata de explicar a quien vaya a realizar la tarea a partir de ahora cuál es su cometido y los objetivos que se persiguen pero no de decirle exactamente y paso a paso lo que debe hacer. Si has escogido a un profesional para una determinada tarea, confía en él, escúchale y déjale hacer. Esta forma de hacer las cosas aportará a tu empresa o a tu departamento frescura e ideas nuevas.

 

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